El comandante de las Fuerzas Aéreas soviéticas Yuri Gagarin fue el primer ser humano en dar una vuelta alrededor de nuestro planeta. Medio siglo después, más de 500 hombres y mujeres de 40 países, entre ellos el español Pedro Duque, han seguido sus pasos.
Cuando la Estación Espacial Internacional (ISS) ha rebasado los 4.500 días en el espacio y ha estado habitada durante más de 3.800 jornadas, la epopeya de Yuri Gagarin, hace ahora 50 años, se contempla como una apuesta de alto riesgo. Gagarin personifica la grandeza y la superioridad de la tecnología espacial de la Unión Soviética durante la década de los 60. Primer ser humano en orbitar la Tierra y regresar para contarlo, jamás se le permitió volver al espacio. A pesar de que las autoridades del Kremlin preservaron su vida de forma agobiante para él y su familia, su vida se truncó el 27 de marzo de 1968. Gagarin se estrelló en un reactor MiG-15 de entrenamiento tan sólo siete años después de su histórica proeza, pocos días después de cumplir los 34 años de edad.
Yuri Gagarin fue uno de los 20 pilotos de la Fuerza Aérea Soviética preseleccionados para conformar el cuerpo de cosmonautas soviéticos. Tras un intenso proceso de selección y adiestramiento, sus capacidades y características personales hicieron que, a sus 27 años de edad, fuera el elegido para convertirse en el primer hombre en dar una vuelta alrededor de la Tierra. El hecho de ser el hijo de una familia de campesinos, ser un hombre extremadamente simpático, de ojos azules y con una sonrisa contagiosa también fueron factores que propiciaron su designación, lo que le convirtió en la personificación de los altos logros del socialismo real.
A las 03:30 de la madrugada del 12 de abril, Gagarin fue despertado. Él y su compañero German Titov −nombrado cosmonauta de reserva−, se asearon, hicieron un poco de ejercicio físico y desayunaron café, pan con mermelada y puré de verduras. Antes de abandonar el alojamiento en el que se encontraban −y en el que todavía hoy se hospedan los astronautas que van a viajar al espacio−, firmaron en la puerta de sus habitaciones y, antes de vestir sus trajes espaciales, fueron sometidos a una última revisión médica. A continuación, subieron al pequeño autobús que les iba a trasladar hasta la rampa de lanzamiento.
En Tiura-tam (hoy Baikonur), una olvidada estación de ferrocarril en mitad de la entonces República Popular Soviética de Kazajistán, los rusos habían construido un cosmódromo con diferentes rampas de disparo. En una de ellas se alzaba un misil balístico intercontinental R-7 modificado. Su cabeza de guerra, preparada para albergar bombas atómicas, había sido adaptada para alojar una cápsula habitada, la Vostok 1. El lanzador se apoyaba sobre cuatro grandes aceleradores externos, que debían servir para impulsar al cohete con una fuerza equivalente a 20 millones de caballos.
EL VUELO DE GAGARIN
Yuri saludó a los presentes, subió las escalerillas, se despidió de todos los presentes agitando los brazos, y se introdujo en la estrecha cápsula Vostok. Cuando los cohetes propulsores empezaron a rugir, Gagarin lanzó el grito de “allá vamos”, informando al control de tierra que el despegue seguía su curso normal. “Todo transcurre normalmente, me siento bien, la moral es buena y todo es normal”, anunció a los técnicos.
Años después contaba como oyó “una especie de silbido e, inmediatamente, un estruendo que subía de tono”. “Sentí como el gigantesco cohete empezaba a temblar y se separaba despacio, muy despacio, de la rampa de lanzamiento. Después noté una enorme fuerza que me apretaba más y más contra el asiento” recordaba. “Los segundos me parecieron minutos”. Eran las 09:07 horas del 12 de abril de 1961, y el secreto era tal que ni siquiera su madre sabía nada del vuelo.
Siguiendo las instrucciones recibidas, Gagarin comunicaba al control de tierra cada una de sus sensaciones: “noto como aumentan las sobrecargas y las vibraciones, pero las tolero y mi estado de ánimo es bueno”. Desde tierra le asediaban a preguntas y él contestaba: “me siento muy bien, os oigo muy bien y todo funciona correctamente”. En realidad, el vuelo fue automático y estuvo controlado en su totalidad desde tierra. Salvo beber agua y tomar algún alimento sólido, Gagarin no efectuó operación alguna. El vuelo se prolongó durante 108 minutos, tiempo en el que dio una vuelta al Planeta. Cuando la nave Vostok I se situó de nuevo sobre territorio soviético, los responsables del vuelo dieron la orden para que la cápsula efectuara la reentrada en la atmósfera.
El módulo de servicio se separó del módulo de descenso a las 10:35, hora de Moscú. A unos siete kilómetros de altura, se desplegó un gran paracaídas para frenar el descenso y, poco después, el asiento donde permanecía Gagarin fue catapultado al exterior. Inmediatamente se abrió el paracaídas individual, el asiento se estabilizó y Gagarin volvió a pisar el suelo de su patria, en las inmediaciones de la aldea de Smelovka, en Rusia Central. Tan sólo había transcurrido 1 hora y 48 minutos desde su despegue y, con tan corto espacio de tiempo, Gagarin y la Unión Soviética inscribieron con letras de oro su nombre en la historia de la exploración espacial.
(Autor del texto: Juan Pons)
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