Tom Fadden, Responsable Global de Aviación en Allianz Global Corporate & Specialty (AGCS), analiza en este artículo las distintas propuestas para reducir las emisiones actuales de la aviación y el estado del arte de algunas de ellas.
El sector de la aviación se ha comprometido, como la mayoría, a alcanzar el objetivo de cero emisiones para 2050. Desde el compromiso de la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA) de “Volar Cero Neto” hasta la declaración de la Coalición Internacional para la Ambición Climática de la Aviación en la COP 26, al sector del transporte aéreo no le faltan promesas para reducir drásticamente su huella de carbono.
En comparación con otros sectores, la aviación es un contribuyente relativamente pequeño a las emisiones mundiales de efecto invernadero: en 2019 se estimó que representaba alrededor del 2,5% de las emisiones mundiales de CO2. Sin embargo, también es uno de los de más rápido crecimiento, y hay pocas dudas de que cada gran aerolínea y fabricante aeroespacial del mundo ahora tiene su impacto ambiental como una prioridad que está ascendiendo vertiginosamente en la escala de prioridades corporativas. En este contexto, ¿cuál es el camino hacia un futuro más sostenible para el sector? ¿Y hasta qué punto son realistas los elevados objetivos que se han fijado?
La primera conclusión, y la más obvia, es que no existe una solución milagrosa. Las posibles soluciones abundan, aunque no hay ninguna respuesta que pueda llevar a la aviación por sí sola al objetivo de cero emisiones netas. La segunda es que, dejando a un lado a los grupos de presión y a los activistas, los objetivos intermedios de descarbonización están vinculados a objetivos comerciales. A largo plazo, sin embargo, la industria de la aviación puede necesitar la ayuda de sus aseguradoras y otros socios financieros para reducir los riesgos de la transición, ya que los costes asociados al cambio son una barrera significativa, pero no insuperable, para el progreso.
Despejar la pista para los combustibles de aviación sostenibles
No cabe duda de que en el sector existen innumerables iniciativas para facilitar la transición. La primera que puede tener un efecto tangible es la de los combustibles de aviación sostenibles (SAF), ya que muchas aerolíneas quieren aumentar su uso (el 10% es un objetivo comúnmente elegido). Como parte del paquete “Fit for 55”, que establece un objetivo inicial de reducción de emisiones del 55% en 2030 (en comparación con el nivel de 1990), la UE exigirá que todos los vuelos que salgan de sus aeropuertos lleven una cantidad mínima de SAF (2% en 2025 y 5% en 2030). Por su parte, EE. UU. quiere aumentar la producción de SAF a 3.000 millones de galones al año para 2030. Aunque estos compromisos y avances son bienvenidos, la producción de estos combustibles alternativos sigue siendo pequeña.
Los SAF pueden dividirse en tres categorías: los reciclados a partir de residuos (por ejemplo, de aceite de cocina usado), los creados directamente a partir de cultivos y los combustibles sintéticos (creados mediante el procesamiento de dióxido de carbono recuperado con electricidad verde). Según la IATA, la aviación comercial mundial necesitará en 2019 unos 95.000 millones de galones de combustible de aviación tradicional a base de queroseno, por lo que los SAF reciclados o cultivados adolecen de falta de recursos disponibles (a falta de desviar toda la agricultura mundial hacia esta actividad), mientras que la producción a gran escala de combustibles sintéticos requerirá electricidad verde barata y de gran volumen.
El precio de los SAF es el doble que el de los combustibles fósiles en la actualidad. Su aumento espectacular de la producción requerirá un gasto de capital significativo, y es probable que se necesiten incentivos gubernamentales para compensar el sobreprecio. Pero el tiempo, el coste y el esfuerzo merecerán la pena. Así, pueden reducir las emisiones del ciclo de vida en un 80% (ya que las únicas emisiones reales proceden de las fases de procesamiento). La tecnología está probada y certificada (ya se ha utilizado en más de 200.000 vuelos) y no requiere cambios en las aeronaves existentes ya que pueden utilizarse indistintamente con queroseno.
Según la IATA, la aviación comercial mundial necesitará en 2019 unos 95.000 millones de galones de combustible de aviación tradicional a base de queroseno, por lo que los SAF reciclados o cultivados adolecen de falta de recursos disponibles (a falta de desviar toda la agricultura mundial hacia esta actividad), mientras que la producción a gran escala de combustibles sintéticos requerirá electricidad verde barata y de gran volumen.
Las aseguradoras también pueden desempeñar un papel clave ayudando a sus clientes a reducir los riesgos de la transición a los SAF, apoyando la construcción de nuevas infraestructuras y la adopción de combustibles diferentes. Por ejemplo, asegurando la construcción de fábricas o la instalación de infraestructuras de repostaje en los aeropuertos. Además, las aseguradoras pueden incluso ayudar a sus clientes con coberturas que permitan a las aerolíneas protegerse de las fluctuaciones de los precios de estos combustibles en el futuro.
¿Listos para despegar? Aviones eléctricos e híbridos
Aunque los SAF serán el caballo de batalla a corto y medio plazo, quizá los desarrollos futuros más emocionantes sean las nuevas tecnologías de transporte aéreo que siguen siendo incipientes. La revolución de los aviones eléctricos ya está en marcha, con más de 200 empresas de todo el mundo desarrollando conceptos. Varias ya han realizado vuelos de prueba y el atractivo es obvio: los aviones eléctricos no tienen impacto climático durante su funcionamiento. Es una propuesta apasionante.
Sin embargo, el mayor problema sigue siendo la madurez tecnológica, sobre todo la densidad de las baterías y su autonomía. Las baterías tendrán que ser al menos cinco veces más densas que las actuales baterías de iones de litio y actualmente no se cree que los verdaderos aviones eléctricos lleguen a tener una autonomía superior a 500 o 1.000 kilómetros, aunque se calcula que la mitad de los vuelos mundiales son inferiores a los 800 kilómetros. Además, su puesta en servicio está relativamente lejos: 2040 es probablemente una fecha realista. También habrá un arduo proceso de certificación de estos nuevos tipos de aeronaves, ya que los organismos reguladores (con razón) necesitan saber que la nueva tecnología es segura antes de permitir su uso por parte de los consumidores.
¿Y para los vuelos de largo recorrido? La respuesta puede estar en los aviones híbridos. Se trata de un concepto familiar para los vehículos de carretera, pero que probablemente sea una mezcla de tecnología eléctrica y propulsión por hidrógeno, en lugar de utilizar los combustibles fósiles tradicionales. Este es sin duda el enfoque adoptado por Airbus, que espera desarrollar el primer avión del mundo con cero emisiones de aquí a 2035, con sus tres conceptos ZEROe. Los aviones funcionan con combustión de hidrógeno mediante motores de turbina de gas modificados. Además, las pilas de combustible de hidrógeno crean energía eléctrica que complementa a la turbina de gas, lo que da lugar a un sistema de propulsión híbrido-eléctrico muy eficiente. Aunque no son tan eficientes como los aviones eléctricos puros, los aviones híbridos podrán proporcionar una autonomía fuera del alcance de los eléctricos por sí solos. También podrán transportar un mayor número de pasajeros y ofrecer una alternativa realista a las rutas de larga distancia propulsadas por queroseno.
El protocolo actual de la aviación se basa en el motor a reacción alimentado por combustibles fósiles, una tecnología que existe desde hace décadas. Será necesario un cambio radical por parte de los reguladores y las empresas para adoptar un nuevo entorno de seguridad.
Estos aviones híbridos pueden parecer el nirvana, pero no están exentos de inconvenientes. El almacenamiento y la utilización de hidrógeno plantean, por supuesto, problemas de seguridad. Aunque el procesamiento del hidrógeno se utiliza desde hace años en las refinerías de petróleo y la industria de los fertilizantes, la aviación representa un nuevo camino por recorrer. Afortunadamente para sus pasajeros, el mundo de la aviación está obsesionado con la seguridad. Todas las partes de la industria (transporte, almacenamiento, utilización, etc.) deben pasar rigurosas pruebas de seguridad. El protocolo actual de la aviación se basa en el motor a reacción alimentado por combustibles fósiles, una tecnología que existe desde hace décadas. Será necesario un cambio radical por parte de los reguladores y las empresas para adoptar un nuevo entorno de seguridad.
Y, una vez más, las aseguradoras pueden jugar un papel clave proporcionando cobertura para productos nuevos y de prueba y ayudando a sus clientes a reducir riesgos en la evolución hacia nuevas tecnologías. Por ejemplo, asegurando los tipos de aeronaves eléctricas e híbridas en sus fases de prueba y puesta en servicio, o creando una red de seguridad para las operaciones de I+D de una empresa. Un salto tecnológico de este tipo no está exento de riesgos y las empresas (tanto fabricantes como usuarios finales) se pueden beneficiar a gran escala del apoyo de sus socios de confianza mientras se adaptan al futuro.
No hay que olvidar las ganancias marginales y la eficiencia del diseño
Aunque son el futuro, tanto las tecnologías eléctricas como las híbridas no estarán disponibles mañana y, junto con los SAF, hay otras fuentes de beneficios más tradicionales a corto plazo. Una de las áreas clave es la eficiencia operativa, y nada impide que todos los operadores aéreos analicen este aspecto de su negocio e introduzcan cambios ahora. Una combinación de palancas operativas puede impulsar la reducción de emisiones a gran escala, como la adaptación del viaje y la planificación del combustible (es decir, garantizar que se utiliza el avión adecuado para el vuelo adecuado); en tierra, mediante la gestión del tráfico (para reducir el tiempo que los motores están encendidos en el tráfico); durante la aproximación y el descenso, mediante una mejor gestión del tráfico aéreo (para reducir el tiempo de espera) y la adaptación de los procedimientos de ascenso y descenso (para pasar más tiempo a la altitud óptima de crucero). Además, se puede conseguir durante el crucero, mediante rutas dinámicas (para responder a los cambios en los patrones meteorológicos) y después del vuelo, mediante el mantenimiento preventivo y la limpieza.
Ningún avance puede ayudar al sector por sí solo, por ello la aviación buscará múltiples soluciones que conllevarán riesgos y barreras.
Ya hay muchas aerolíneas que están adoptando estas ganancias marginales. Así, más de 40 compañías se han asociado con Sky Breathe, una tecnología de macrodatos que utiliza inteligencia artificial (IA) para analizar miles de millones de registros de datos procedentes de todo tipo de fuentes, como registradores de datos de vuelo, planes de vuelo operativos y sistemas de direccionamiento e información de comunicaciones de aeronaves (ACARS), antes de combinarlos con datos ambientales de las condiciones de vuelo reales (como carga útil, condiciones meteorológicas, restricciones del control del tráfico aéreo, etc). Esta tecnología identifica las oportunidades de ahorro más relevantes y ofrece una serie de medidas recomendadas que, según afirma, pueden reducir el consumo total de combustible hasta en un 5%.
Asimismo, pueden introducirse mejoras en el diseño de los aviones para aumentar la eficiencia de la flota. Esto se consigue sobre todo mediante la introducción gradual de mejoras (por ejemplo, alerones de punta, alerones mixtos o mayor envergadura) y mejoras en la eficiencia de los motores. Ninguna de estas mejoras conducirá a la industria a un balance de cero emisiones, pero todas desempeñarán un papel vital en la reducción de la intensidad de las emisiones de los aviones y harán avanzar a la aviación en su camino hacia un futuro más respetuoso con el medio ambiente.
En pocas palabras, este es el panorama general con el que nos encontramos. Algunos avances acapararán los titulares y parecerán saltos futuristas, y otros pasarán desapercibidos, aunque son igual de importantes. Ningún avance puede ayudar al sector por sí solo, por ello la aviación buscará múltiples soluciones que conllevarán riesgos y barreras. Dada la incertidumbre, nunca ha habido un momento más importante para contar con aseguradoras y otros socios financieros que apoyen al sector en la adopción de las medidas necesarias para un futuro de cero emisiones.
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