Se cumplen 90 años de uno de los hitos que han engrosado la historia de la aviación, el vuelo entre Nueva York y París de Charles Lindbergh. Un joven entusiasta que logró, con escasos medios, cruzar por primera vez el Atlántico sin escalas.
Treinta y tres horas y treinta y dos minutos, el tiempo invertido por el Spirit of Saint Louis en una de las primeras hazañas de la incipiente aviación. Un joven desconocido, un avión monomotor fabricado exprofeso, muy poco dinero y mucha ilusión fue la fórmula secreta de Charles “lucky” Lindbergh para cruzar por primera vez el Atlántico entre Nueva York y Paris, ganar el Premio Orteig, de 25.000 dólares y dar un salto instantáneo al panteón de los inmortales.
Lindbergh nació en 1902, hijo de un emigrante sueco, que llegó a ser congresista y una profesora de química de Detroit. A los 20 años comenzó a tomar clases de vuelo, pero nunca obtuvo el título por falta de dinero para pagar el seguro en caso de accidente. Al año siguiente compró su propio avión, un Curtiss Jenny, por 500 dólares, y después de volar con el instructor se decidió a volar solo.
Los siguientes meses los pasó haciendo de funambulista del aire con su avión, bautizado “Daredevil Lindbergh”, y en 1924 entra en el ejército donde recibe instrucción como piloto, consiguiendo sus alas, como número 1 de su promoción en 1925. Como no necesitaban pilotos, pasó a la reserva y siguió volando como funambulista hasta final de año cuando fue contratado para volar por una de las compañías de servicio de correo aéreo.
Lindbergh quiso formar parte de la expedición de Byrd al Polo Norte, pero su solicitud llegó tarde. Para intentar ganar el Premio Orteig, Lindergh tuvo la colaboración de dos empresarios de Chicago que consiguieron un préstamo de 15.000 dólares. El mismo tuvo que poner 2.000 dólares de su bolsillo, y Ryan Aeronautical Company puso otros 1.000. En total, 18.000 dólares, mucho menos que sus rivales. Ryan acordó fabricar un monoplano especial por 10.580 dólares.
El Ryan NYP, un monoplano para un solo piloto, de un solo motor, con fuselaje y alas recubiertas de tela fue diseñado conjuntamente por Lindbergh y Donald Hall, entonces ingeniero jefe en Ryan. En dos meses el monoplano estuvo listo y matriculado N-X-211, voló a finales de abril de 1927. El 10 de mayo voló hasta San Luis y luego Nueva York para llevar a cabo su intento de cruzar el Atlántico.
En la madrugada del 20 de mayo de 1927 a las 7:52, Lindbergh despegó de Roosevelt Field, Nueva York, con 450 galones de combustible (poco más de 1.700 litros) en dirección a París. Durante 33 horas y 32 minutos voló guiándose por las estrellas, cuando las podía ver, desde poco más de 3.000 metros de altura a ras de olas, según lo permitía el tiempo, hasta llegar a París. En su mapa no figuraba el aeropuerto de Le Bourget, pero sabía que estaba a poco más de 12 kilómetros al nordeste de la ciudad.
Vió tantas luces que creyó que era un complejo industrial. Pero las luces eran de los coches de la multitud que se agolpaba para recibirle. Cerca de 150.000 personas dieron una increíble bienvenida a un joven americano que hasta entonces nadie conocía.
Charles Lindbergh es otro de los ejemplos de los que puede conseguir el coraje, la perseverancia, la preparación y el centrarse en hacer bien lo esencial. Hoy nos parece milagroso que un avión con unas pocas horas de vuelo, fabricado en un par de meses, con las manos expertas de un joven con experiencia como funanmbulista y transportista de correo, lograse lo que otros muchos, teóricamente mejor preparados no pudieron.
Su apelativo “lucky”, estaba bien elegido. Pero este hombre logró con un solo vuelo cambiar la percepción de la gente sobre las posibilidades de la aviación comercial. Lindbergh puso en el punto de mira a una aviación de héroes y la convirtió en una posibilidad mucho más cercana para el mundo real.
Sirva este pequeño escrito de homenaje no solo a Lindbergh, sino a todos los que lo intentaron y no lo consiguieron, perdiendo algunos la vida en el intento. La aviación no sería lo que es sin ellos.
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